A lo largo de éste año, en diversas ocasiones, me he cuestionado acerca de la importancia de saber gestionar nuestros proyectos o servicios como bailarines. Uno de los temas recurrentes, que para mi como profesional de la danza, recién egresada, me genera diversas preguntas, gira en torno a la remuneración del trabajo como bailarín en los primeros años como profesionista. Específico en los primeros años, porque conozco muchos compañeros, en éstas condiciones, que lidian con la situación de distintas formas.
Sé que para muchos profesionales de la danza, éste planteamiento en pleno 2023 podría parecer un ejercicio de reflexión obsoleto, pues en la actualidad ¿quién baila, sin pago?, si ya desde hace bastante tiempo, se habla de dignificar nuestro trabajo artístico. Lo cierto es que habemos muchos que cedemos, ante la particularidad de cada situación, y esto me lleva a preguntas como, ¿será una cuestión de etapa por la que se pasa, para valorar nuestro trabajo? y después de cierto tiempo se aprende a gestionar eso.
¿Por qué estamos dispuestos a bailar sin pago, pero no a hacer cualquier otra actividad sin ser remunerados?
¿Qué hay de por medio en la danza o el placer del movimiento que nos hace, permitir no recibir pago alguno?
¿Qué estímulo o recompensa recibe el cerebro?
¿Será una cuestión química, o será solo el recorrido a lo largo de la historia y su relación social y económica en torno a las prácticas dancísticas como profesión?
Hago éste planteamiento desde la duda, tal vez ingenua, pero real y actual. Considero, que he tenido la fortuna de saber negociar conmigo misma y factores externos, mi labor como bailarina estos primeros años. En el camino se encuentran joyas, que van más allá de un sentido económico. Procesos creativos, situaciones, estados, regalos, que no se pueden minimizar a la transacción de [trabajo - bailo] = [pago]. Y el intercambio se realiza a otros niveles, estéticos, humanos, sensibles y espirituales.
Sin embargo, ésta magia no podría ser rentable por mucho tiempo, lo ideal sería que existieran las condiciones para que dentro de esa atmósfera creativa y fructífera, pudiera existir un pago justo, para compensar las horas de trabajo profesional diario. Y no solo aceptar el crecimiento creativo o experiencial a manera de retribución, y hacer malabares con otras actividades para subsistir. No es sencillo encontrar espacios para el desarrollo óptimo como profesionales en la danza. Sin embargo no podemos esperar que surja, debemos construir esas condiciones, porque no existen, debemos erradicar ideas y patrones de acción en el campo de la danza. Disolver las dudas de cómo seguir siendo profesionales ante un sistema tan precarizado.
Este planteamiento, es también una invitación a las nuevas generaciones, a considerar hacerse de herramientas para ofrecer su trabajo justamente. Desde la gestión se lucha por abrir todas esas brechas, para cada bailarín. Se busca, desde la comunicación y desde otros medios seguir avanzando, fortaleciendo la comunidad y los lazos artísticos.
Considero que no todo se resuelve en y con dinero, pero es importante ser claros y ser conscientes de que elegimos, y por qué lo hacemos, tanto como bailarines, gestores y directores. Y no conformarnos solo con el sueño de crear. Buscar e ir por más siempre, seguir tocando puertas, seguir encontrando maneras de movernos, compartir y crear comunidad. Que nos haga visibles ante un sistema económico potencial.
Es cierto que hay muchas bondades en el intercambio de conocimiento, incluso mayores a lo que podría contabilizarse económicamente, pues esa es la maravilla de nuestra profesión. Sin embargo, visto desde la gestión, hay también, múltiples maneras de encontrar recovecos para dignificar nuestro trabajo, como profesionales.
Por: Rocío Martínez Soto
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